I desire the company of a man who could sympathise with me; whose eyes would reply to mine.
Mary Shelley
Frankenstein
I desire the company of a man who could sympathise with me; whose eyes would reply to mine.
Mary Shelley
Frankenstein
Este es mi primer corto, realizado en el Kino Tarragonik 2017. El Kino son unas jornadas audiovisuales colaborativas en las que, en un fin de semana, se hacen cortos.
La mirada from Federico Merino on Vimeo.
Es mi primera experiencia en este campo. En este caso, llevaba un guión preparado, muy dialogado. Me surgieron muchos problemas pero, para ser mi primera vez, estoy contento con el resultado.
Ficha técnica:
Subtítulos disponibles en español, catalán e inglés.
Am I broken?, he asked me and it torn me apart. Is he broken? How can he be broken if he is just a boy? A human boy. With blood and bones. How could he be broken? Boys, human boys, don’t get broken, do they? No, no, what am I saying, they don’t, but… What is he saying? Why is he asking me that?
I asked him and he told that he felt broken inside. I feel sad and lonely all the time, even when I am surrounded by my friends or my family. Oh. I shed the tears then. How can this boy feel so sad when all his life is ahead of him. Still. All the life. And why, I asked myself next, does he feel broken for being sad? Isn’t sadness part of life?
People, he said, make me feel ashamed for being sad.
I stopped asking questions because I knew then that I was not going to get the answers. I felt sorry for being part of this society that stigmatises emotions. I wonder what is my contribution to that; if I ostracise too when I come across someone who is having trouble with their own emotions. My voice breaks. I really hope not.
I take the boy by the hand now. I take him aside. This boy that lives inside of me and that feels so sad, lonely and desperate. I tell him that he is going to be OK. That he is going to grow strong and is going to come out of his shell. That he is going to learn a lot. And work too, because life is a big playground but we need to work to maintain it.
He is going to be fine. We are going to be fine. I am going to be fine. Because we are not going to let society tell us what we must do. We are going to live our lives. Our life.
D recuerda aún el día que aprendió esta palabra. O este concepto. Era en un país extranjero y le pareció que quizás fuese algo de lo que sufrían allí, que en su país de origen no les pasaba. Conoció alguien un día que le dijo que sentía esa tristeza que se siente con la anticipación, con la espera a lo que ha de llegar. “Más que tristeza, melancolía”, pensó D, pero es que él aún no sabía decir ‘melancolía’ en el idioma que los unía.
Suele suceder, y a D le sucede mucho, que cuando aprendes una nueva palabra la oyes, lees, ves por todas partes. Y tanto fue así que un día, D, se encontró –ya hablando el idioma– diciéndole a una amiga: “Me duele el alma de anticipación”. Su amiga preguntó qué le pasaba, varias veces, porque D no contestaba. D se había trasladado, por unos instantes, a aquélla primera vez que oyó esta palabra.
D se recuperó de esta anticipación de la única forma que sabía: acercándose, besando, amando. Pero tras la anticipación vino la calma, y la rutina, y el sofá. Y tras el sofá sólo hay dos caminos: el ataúd y la separación.
D eligió la separación (o la eligieron por él, pero tanto da, porque él la aceptó y la hizo suya) porque tiene demasiada impaciencia para esperar al fin.
Hoy, D, mira desde su rincón al horizonte y se pregunta qué es lo que le deparará el futuro. Cuando algo llega, que le llena de optimismo y ganas, cuando se encuentra deseando que se desgarren las entrañas una vez más, se planta, ante la llegada de la anticipación, para dejar que venga y lo llene todo.
Todo este tiempo pensando en el dolor que podrían haber causado mis palabras, inconscientes, años atrás. Todas esas veces en que nos cruzamos por la calle y mostré una media sonrisa, temiendo una mirada de reproche. Y siempre pensaba: “La próxima vez me paro y me disculpo”, pero nunca lo hice.
Me consolaba pensar que aquél comentario absurdo había sido dicho a altas horas de la madrugada, tras el vino y los licores una noche de verano en casa de una amiga en común. Pero el consuelo duraba poco; justo al torcer la calle venía a mí, como si fuese una tempestad, una pesadumbre, de nuevo, y venían a mí las palabras.
Cada vez que nuestra amiga hablaba de ella yo pensaba: “No, por favor, ¡que no monte otra cena!”. Pero no lo hizo.
Ella no.
Y pasó el tiempo. Y pasaron las veces en las que nos encontrábamos por las calles y nos mirábamos. Y yo miraba hacia otro lado por no saludar, porque no me atrevía, porque me avergonzaban mis palabras que tan inocentemente había dicho yo, sin pensar, sin considerar, que podrían doler.
Ayer fui a una fiesta que alguien había montado y estaba allí. De pie, al final de la mesa, comiéndose un canapé. Yo en la otra punta, junto al alcohol, con mi copa de cava de plástico vacía. Serví. Bebí y le dije a mi acompañante: “Hoy me atrevo”. Él me miró interrogante y yo, armada de valor, me acerqué.
Suele suceder que las cosas que para uno son tan importantes no lo son para los demás. No, no lo fue. Mis palabras, tan pesantes para mí, habían sido ignoradas u olvidadas, o ambos. Y aún al recordárselas no le importaron, pues ella entendió, y debió haber entendido en su día, que no eran con malicia.
Aprendí, anoche, a no atormentarme por errores del pasado pero también a no dejar pasar el tiempo para ofrecer una disculpa. Aunque esta no sea esperada.
La amistad es algo curioso. No nos damos cuenta de la gente que nos quiere a nuestro alrededor y muy pocas veces somos capaces de decirles que los queremos. Y menos aún entre hombres, claro, porque los hombres no hablan de sentimientos (o eso es lo que la tradición nos ha hecho pensar).
He conocido gente de muchas naciones del mundo y me da la sensación de que cada cultura tiene unos valores distintos. No sabría decir si cuanto más frío hace en tu país, menos amor demostrarás, pero algo se aproxima. Salvo nosotros y los sajones, que nos hemos invertido. [Estoy hablando del amor de amistad, en todo caso.] Los sajones tienen mucha tendencia a decirse que se quieren, aunque sea de una manera tonta con un luv ya
, pero todo eso, poco a poco, crea un hábito.
Lo que más me sorprende de la amistad, sin embargo, es esa falsa buena voluntad que tenemos con ellos. ¿Queremos realmente lo mejor para ellos? ¿Aunque eso signifique perderlos?
Hace un par de años lloré mucho la marcha de un amigo. Quizás lloré más su marcha que otras pérdidas que he sufrido. No gestionamos el abandono nada bien en nuestra sociedad. Con la experiencia, hoy, que estoy a punto de ser abandonado una vez más, me planteo si lo voy a hacer mejor esta vez. Querría decir que he aprendido y aunque esta sea la crónica de un abandono anunciado, aún y sabiendo que esto sucedería antes incluso de que esta persona fuese importante para mí, desde ya estoy sufriéndolo. Sé que no es una puerta que se cierra para siempre, no es un fin.
Aprovecharé los momentos que tengamos pero mentiré cada vez que le diga “me alegro por ti”.
Detalh de l’escultura funerària de la familha Montagut.
Lo can, de segur, entendèt pas. I aviá tròp de bruch dins lo cafè, e los cans comprenon pas la lenga dels òmes. Mas boleguèt la coeta davath la taula e se sarrèt un pauc mai contra la camba de son mèstre.
Marcèu Esquieu
E nos fotem d’estre mortals
Vuelvo a la blogosfera y me da la sensación de que debería hacer algún tipo de celebración para marcar este evento. Algo así como una inauguración. Si fuese artista, la obra estaría aún por ser realizada. Si fuese marino, sólo haría falta que estimbase una botella de cava (o champán si se prefiere) contra la pantalla. Pero no soy ninguna de las dos cosas. Tampoco soy político así que puedo dejar las tijeras en el cajón, pues no hay ninguna cita por cortar.
En el pasado tuve dos blogs, que finalmente se unieron en uno solo, confluyendo las lenguas y los temas. Esta nueva etapa en este mundo me lo imagino como una construcción todavía en sus cimientos, porque realmente no sé qué es lo que me ha empujado a volver y tampoco sé qué es lo que quiero contar. Sé que los rantings sobre política y chorradas no tienen cabida aquí. O eso quiero pensar. No tengo una pasión estable de la que hablar, fuese música, diseño o arte. Así que tan pronto hablaré de literatura como mostraré algún diseño que me enorgullezca. Poc a poc
, decimos en Catalunya, que estoy empezando en todo.
En las construcciones se ponen primeras piedras. Siempre me ha llamado la atención esta expresión. ¿Acaso la primera piedra es más importante que la última? He ido a alguna de estas celebraciones y a veces es más una caja del tiempo que una piedra, con dibujos y mensajes para los futuros arqueólogos.
No sé si en los edificios de viviendas se marca ese momento y, de así ser, ¿qué entierran? Aún no saben las almas que allí residirán ni si lo harán durante mucho tiempo. Siempre he soñado con una casa en el campo. Si me la construyo, si no vivo en una edificación antigua, me gustaría poner una primera piedra. Pero, en su lugar, pondría un libro. Un primer libro lleno de historias y palabras, de esperanza, de sabiduría, para así saber que no existen mejores cimientos para crear una nueva vida.